Una mujer, desde su lecho de muerte en un hospital, hacía de señas a un predicador que estaba de visita junto a la cama de otro paciente, al acercarse, ella le dijo:
—Pastor, sé que voy a morir pronto y tengo miedo a la muerte, no sé qué hay más allá ¿puede usted ayudarme?
—Por supuesto, —le contestó el predicador. Si usted no ha tenido un encuentro con El Señor Jesucristo irá al infierno, pero eso aún puede cambiar si hace lo que yo le digo.
—¿Y qué tengo que hacer? —replicó la mujer.
—Haga su confesión de fe y reciba a Jesucristo en su corazón como su Señor y Salvador Personal, es todo; así, Dios le perdonará y no irá al infierno —contestó el predicador.
—¿Y cómo se hace eso? —preguntó ella—. No se preocupe, incline su cabeza, cierre sus ojos y repita esta oración conmigo —dijo él:
—Amado Dios, sé que soy pecadora y que enviaste a tu Hijo Jesucristo a morir en la cruz por mis pecados, me arrepiento de todo corazón; perdona mis pecados y sálvame, no quiero ir al infierno. Abro la puerta de mi corazón para que Tu Hijo viva en mí y me hagas una nueva criatura. Entra en mi corazón y hazme tu hija, creo en Ti, en el Nombre de Jesús, amén.
Cuando el predicador abrió los ojos, la mujer estaba como hipnotizada mirándole con los ojos bien abiertos. Inmediatamente preguntó:
—¿Eso es todo lo que tengo que decir para no ir al infierno?
—Eso es todo, —replicó el pastor.
Aquella mujer estaba asombrada con ojos de incredulidad, porque no podía creer cómo algo tan importante como cambiar el destino eterno de una persona podría decidirse así con una 'simple oración', pues ella estaba acostumbrada a que se debe hacer sacrificios para merecer el perdón de Dios; por lo que en seguida gesticuló negativamente:
—¡Yo no creo que por sólo repetir esa 'simple oración' alguien no vaya a ir al infierno! Simplemente no lo creo.
Aquel predicador quedó asombrado por la afirmación de aquella mujer en su lecho de muerte; nunca alguien que hiciese esa oración le había dicho cosa semejante, no así tan directo; quedó pensativo por un momento. Luego, la miró fijamente y le dijo:
—Tiene usted razón, nadie se salva por sólo repetir una simple oración. Para que una persona verdaderamente sea salva, tiene que hacerlo con fe y de todo su corazón, no con simpleza ni porque alguien le obligue a hacerlo.
Amigo, la salvación es gratuita, es por fe para todo el que cree; pero alguien tuvo que pagar por ella, esa persona se llama JESUCRISTO. Y, a menos que le recibas en tu corazón con fe, ninguna simple oración podrá salvarte.
Si aún no has entregado tu vida Al Señor, hazlo pronto. Recuerda que no está en lo que dices a la ligera, sino, en hacerlo de todo tu corazón, en hacerlo con fe. Dios siempre está atento a escuchar la oración del pecador que lo hace con fe, con sinceridad de corazón.
Pídele perdón al Señor con todo tu corazón. Si deseas puedes repetir la oración escrita anteriormente, pero debe hacerse con fe. Si así lo hicieres, El Espíritu Santo morará en tí, y en adelante Él te ayudará; pero debes buscar ayuda en una Iglesia donde se predique al Señor Jesucristo.
«Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.» Jn 6.37
¡Que Dios te bendiga!
Nota: La imagen es ilustrativa.
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—Pastor, sé que voy a morir pronto y tengo miedo a la muerte, no sé qué hay más allá ¿puede usted ayudarme?
—Por supuesto, —le contestó el predicador. Si usted no ha tenido un encuentro con El Señor Jesucristo irá al infierno, pero eso aún puede cambiar si hace lo que yo le digo.
—¿Y qué tengo que hacer? —replicó la mujer.
—Haga su confesión de fe y reciba a Jesucristo en su corazón como su Señor y Salvador Personal, es todo; así, Dios le perdonará y no irá al infierno —contestó el predicador.
—¿Y cómo se hace eso? —preguntó ella—. No se preocupe, incline su cabeza, cierre sus ojos y repita esta oración conmigo —dijo él:
—Amado Dios, sé que soy pecadora y que enviaste a tu Hijo Jesucristo a morir en la cruz por mis pecados, me arrepiento de todo corazón; perdona mis pecados y sálvame, no quiero ir al infierno. Abro la puerta de mi corazón para que Tu Hijo viva en mí y me hagas una nueva criatura. Entra en mi corazón y hazme tu hija, creo en Ti, en el Nombre de Jesús, amén.
Cuando el predicador abrió los ojos, la mujer estaba como hipnotizada mirándole con los ojos bien abiertos. Inmediatamente preguntó:
—¿Eso es todo lo que tengo que decir para no ir al infierno?
—Eso es todo, —replicó el pastor.
Aquella mujer estaba asombrada con ojos de incredulidad, porque no podía creer cómo algo tan importante como cambiar el destino eterno de una persona podría decidirse así con una 'simple oración', pues ella estaba acostumbrada a que se debe hacer sacrificios para merecer el perdón de Dios; por lo que en seguida gesticuló negativamente:
—¡Yo no creo que por sólo repetir esa 'simple oración' alguien no vaya a ir al infierno! Simplemente no lo creo.
Aquel predicador quedó asombrado por la afirmación de aquella mujer en su lecho de muerte; nunca alguien que hiciese esa oración le había dicho cosa semejante, no así tan directo; quedó pensativo por un momento. Luego, la miró fijamente y le dijo:
—Tiene usted razón, nadie se salva por sólo repetir una simple oración. Para que una persona verdaderamente sea salva, tiene que hacerlo con fe y de todo su corazón, no con simpleza ni porque alguien le obligue a hacerlo.
Amigo, la salvación es gratuita, es por fe para todo el que cree; pero alguien tuvo que pagar por ella, esa persona se llama JESUCRISTO. Y, a menos que le recibas en tu corazón con fe, ninguna simple oración podrá salvarte.
Si aún no has entregado tu vida Al Señor, hazlo pronto. Recuerda que no está en lo que dices a la ligera, sino, en hacerlo de todo tu corazón, en hacerlo con fe. Dios siempre está atento a escuchar la oración del pecador que lo hace con fe, con sinceridad de corazón.
Pídele perdón al Señor con todo tu corazón. Si deseas puedes repetir la oración escrita anteriormente, pero debe hacerse con fe. Si así lo hicieres, El Espíritu Santo morará en tí, y en adelante Él te ayudará; pero debes buscar ayuda en una Iglesia donde se predique al Señor Jesucristo.
«Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.» Jn 6.37
¡Que Dios te bendiga!
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