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Amar a Dios por sobre todas las cosas.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Apreciados hermanos y amigos: Paz y bendiciones para ustedes.

El que les escribe es alguien que ha visto la mano de Dios constantemente en su vida, no porque sea mejor que muchos de ustedes; pero conforme los años pasan, he aprendido que la fe es un regalo de Dios y debemos desarrollarla constantemente en nuestro diario vivir.

Es indispensable creerle y amarle sólo a Él por sobre todas las cosas. Él debe ser la prioridad número uno en nosotros, no de palabras, sino, con nuestra manera de vivir si queremos tener comunión con Él y ver Sus Maravillas.

No hablo de una santidad a medias, es decir, ir a la Iglesia a cantar, orar, confesarnos con Él y luego al salir llevar una vida de mentiras y engaños, calumnias y toda clase de maldad; sea de pensamiento, palabra u obra. Todo nuestro ser debe estar consagrado a Aquél que dio Su vida por nosotros.

Sin duda esto chocará con la filosofía de vida de algunos, porque estamos acostumbrados a vivir para nosotros únicamente, para nuestras comodidades, prosperidad y superación, lo cual les mantiene tensos y ansiosos.

El mundo vive y se entretiene en sus propios engaños y ocupaciones. Ansiedad y desesperación es la constante en el hombre alejado de Dios; y cuando digo alejados, no digo que no vayan a la Iglesia, o que no escuchen mensajes y lean una Biblia; sino más bien, me refiero a todo el que vive una vida sin tomar en cuenta Los Mandamientos del Señor. Pero el Señor Jesucristo es el Único que nos puede dar esa paz que jamás encontraremos en el mundo, esa paz interior que no se compra con dinero.

Por eso dijo:

    «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.» Juan 14.21

Regocíjate en Él y ámalo guardando Sus Mandamientos, y serás feliz.

    «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.» Juan 10.9

    «Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.» Lucas 12.15

Recuerda, a menudo somos probados y en otras tentados, quizá a veces fallamos, pero hay que pedir perdón inmediatamente te das cuenta del error, y pedirlo con todo tu corazón si en verdad lo amas, no fingiendo; porque recuerda que Él pesa aun los espíritus. Y luego a diario, antes de dormir, agradecer y pedir perdón, para así, si llegáremos a despertar en Su Presencia, no llegamos deudas con Él. Amén

Dios te bendiga.

El impacto que causa el predicador en las personas.

lunes, 23 de septiembre de 2013

La siguiente, es una experiencia personal que deseo compartir con todos mis hermanos y hermanas que, igual que yo, también comparten La Palabra de Dios en casas, y en cualquier lugar donde haya una oportunidad.


La primera vez que asistí a una reunión familiar (hoy conocidas como células de hogar) el mensaje fue de gran impacto para mí, que pensé que quien predicaba era el pastor.

El siguiente sábado llegué puntual como siempre jeje, y le pregunté a la dueña de la casa:

    —¿No ha venido el pastor?
    —¿Cuál pastor? —Me dijo.
    —El que predicó el sábado pasado —le dije.
    —Ese es el líder, el pastor no viene aquí —me contestó.
    —Ah bueno, yo pensé que él era el pastor —le dije nuevamente.
    —No, aquí quien predica es el líder encargado de la reunión —me dijo.

Hay hermanos que, sin ser pastores o evangelistas le ponen alma, corazón y vida al mensaje cuando predican, que uno piensa que lo son; es porque se toman en serio la tarea que les ha sido encomendada: Predicar La Palabra con todo el corazón. Desde luego, quienes conocen el modelo celular me dirán: Ese hermano no se estaba guiando según los principios del sistema celular, porque en la célula no se debe predicar como se hace en el local de la iglesia. Bueno, ese es tema de otro post.

Pero...

La imagen del predicador impacta tanto en las personas, que la gente piensa que es Dios mismo el que les está hablando, y en efecto así es. Por eso debemos cuidar nuestro testimonio, y predicar La Palabra de Dios tal como debe ser; pues de ella depende la vida eterna de las personas que escuchan con fe.

Ahora bien, cuando digo que se debe tomar en serio la predicación de La Palabra, no me refiero a que debemos poner cara larga y seria de amargado, o con apariencia de humildad; sino, a alguien que, pese a ser amigo de las personas, se guarda y cuida para Dios y predica con rectitud; es decir, sin manipular a conveniencia los textos y pasajes de Las Escrituras.

Esos hermanos que así lo hacen son 'EVANGÉLICOS', por la labor de evangelización que realizan, El Señor los bendiga.

¡Jamás olvidaré esa experiencia!

Que tengan bonito día.

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Creyentes que no creen ¡qué paradoja! ¡qué contradicción!

martes, 30 de julio de 2013

Creyentes que no creen, imagen de un ciego siendo guiado por un cristiano. Caricatura El Árbol Verde en Grupo Edíficate.
¿Le parece contradictorio el título de esta nota? sin duda que sí, pero igual es la verdad que deseo ilustrar con ella.

El siguiente es un diálogo que tuve con un ciego mientras volvía a casa de mi jornada de trabajo. Lo traigo para fortalecer su fé, o le ayude a descubrir por qué Dios aún no le ha hecho su milagro.


De camino a casa tuve la oportunidad de encontrarme con un ciego, que apoyado en su bastón, intentaba llegar a la siguiente parada de autobuses para abordar el que lo llevaría a su destino.

Al darme cuenta que llevábamos el mismo rumbo, me acerqué a él para brindarle una mano. Mientras caminábamos, aproveché para abordarle el tema de su enfermedad en la vista:

    —¿Se dirige usted hacia la terminal? —le pregunté.

    —Sí, —me contestó.

    —A ver, apóyese en mi hombro, pues llevamos la misma ruta, —le dije.

    —Tengo una curiosidad respecto de su problema con la vista, ¿su ceguera es de nacimiento o a causa de alguna enfermedad? —pregunté ansioso.

    Me sonrió y me dijo:

    —Fue un accidente que tuve cuando era niño, —me contestó—. Resulta que me caí y así fue como se dañó mi ojo. Al llevarme al hospital, el doctor me sacó el ojo equivocado; y cuando fue cuestionado por mi familia del por qué me sacó el ojo bueno, y el dañado sólo lo había operado, el doctor dijo que la enfermedad se había pasado al otro ojo. Un argumento fuera de lógica, ya que mi caso había sido por accidente, y no por enfermedad contagiosa.

    —¡Cuánto lo lamento! —le dije—. ¿Alguna vez han orado por usted o asistido a alguna campaña evangelística de milagros para que Dios le devuelva la vista? —continué.

    —Sí, varias veces han orado por mí, y una vez fui a una campaña evangelística en el estadio, porque iba a venir un hermano que Dios lo usa mucho y hay sanidades.

    —¿Y qué pasó con el milagro? —insistí.

    —Pues, pasé al frente pero no pasó nada, sólo Dios sabe si me lo va a dar y cuándo me lo va a dar —me dijo aquel desdichado hombre en tono triste.

    —¿Y después, ya no han vuelto a orar por usted? —volví a preguntar.

    —Sí, han orado varias personas; pero lo que pasa hermano, que lo mío es más difícil porque es un ojo el que me falta —afirmó con sonrisa suspicaz, casi confesando su falta de fe siendo él creyente. Y continuó reflexivo:

    —Pero para Dios no hay nada imposible ¿verdad?, sé que si Dios quiere me puede hacer brotar un nuevo ojo, —continuó.

    Yo, pues, como todo entrevistador, proseguí mi interrogatorio; no quería dejar pasar aquella oportunidad para saber qué pensaba este creyente acerca del poder de Dios, y su milagro. Así que le hice una pregunta más:

    —¿Y cuál cree usted que es la razón por la que Dios no le ha hecho el milagro?

    Hizo pausa, y reflexionó en tono triste:

    —Honestamente hermano, creo que es por mi duda, por mi falta de fe me es más fácil acudir a los medicamentos. Creo que me he acomodado a la medicina.

Sentí que por fin, este hombre había logrado expresar de lo más profundo de su corazón el origen del problema: Su falta de fe. Había confesado que, siendo él un creyente en Jesucristo, dudaba de recibir su milagro por tratarse de una pieza completa que faltaba en su cuerpo: un ojo.

Sin duda, le era más fácil creer que Dios podía sanar gripes, dolores de cabeza, fiebres o cualquier otra enfermedad ligera; pero dudaba que Dios fuera capaz de crear la pieza nueva en su cuerpo. A lo mejor sí creía que Dios hace tales portentos, pero a los hombres de La Biblia, o a otras personas que ha visto u oído por la televisión, pero no a él.

Estimado lector:

¿Es este su caso? El Dios de los cristianos, que creó los cielos y la tierra desea que viva sin enfermedad (Is 53:5). Él envió a Su Hijo Jesucristo para morir por los pecados de todos; para que por medio de la fe en Él, recibamos vida y salud en abundancia.

Pero es necesario creerle de todo corazón, porque nada hay imposible para Él (Lc 1:37). Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Heb 11:6).

La duda anula cualquier esfuerzo o buena intención, como también le pasó al apóstol Pedro en Mateo 14:30.

Créale a Dios con todo su corazón, es decir, sin dudar, y será inmensamente bendecido. Amén.

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